Orgullo,multas y sueños

El servicio de recaudación pecuniaria encargado de la edificación nacional de Cataluña ha adquirido nuevos activos mediante el vetusto método del castigo. Amparado en leyes de carácter neofascista, el gobierno socialista¿? y sus socios de viaje han hurtado un nuevo tesoro valorado en 16250 euros a los ciudadanos que tienen la osadía de vivir en “sus” tierras.
El hecho en sí es propio de historia medieval y de una gravedad extrema, pero además de ello, suscita una serie de reflexiones que me gustaría compartir.
Días como el de hoy, en el cual te desayunas con una noticia como esta y te tropiezas con un cartel de “SOM’HI”, descentran tu visión de la realidad. Crees vivir en el sarcasmo y la ecuanimidad te parece una utopía de difícil alcance. Considerándome una persona civilizada o cuanto menos cumplidora de las ordenanzas y los valores personales he decidido no emprenderla con el dichoso cartel del “SOM’HI” o “SOMNI” y he optado por descargar mi frustración en la sufrida reflexión.
Vendrán días en que a los rectores de la comunidad/país/nación/planeta se les llene la boca declamando el orgullo de vivir en este extremo de España, mientras te multan por rotular tu comercio en castellano.
El pretexto será cualquiera, por poco relevante que sea, pero el orgullo, al partir del sentimiento, no necesita de pretextos racionales.
Verán ustedes, en lo que a mi se refiere, Cataluña, al igual que Madrid, Toledo o Tragacete, por poner algún ejemplo geográfico, no me producen ninguna emotividad especial. A lo sumo, me pueden causar una serena comodidad y una gratitud visual paisajística, pero desconozco las virtudes de la tierra para desprender sentimientos. Los ciudadanos de estos enclaves geográficos pueden ser receptores o emisores de los mismos y sus acciones sí pueden provocar ciertas sensaciones, entre ellas, el orgullo. Se puede tener orgullo de un hijo por una acción o conducta de este o simplemente por ser tu hijo, pero yo no siento orgullo alguno por el parque en el que disfruta de sus juegos.
La “epidemia” del orgullo terrenal no está localizada únicamente en las altas esferas de los terratenientes, también se extiende por el vulgo, duplicando su efecto nocivo.
Con políticas como la ya citada, lo que sí veo alterado es esa serena comodidad a la que me refería antes. Perturba la maniobrabilidad de los ciudadanos a la vez que restringe la libertad individual dificultando la vida civil coartando los derechos.
No pretendan, señores del poder, con políticas de tierra y corazón, de entraña, provocar sensiblería, déjennos sentir a nuestro antojo. Dejen sus “som’hi” y sus “somnis” para ustedes y no le peguen hachazos a la libertad con el fin de construir su cortijo lingüístico.

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