Después de asistir a la cabalgata independentista que se organizó el pasado 1 de Diciembre bajo el pretexto de denunciar las carencias de las infraestructuras en Cataluña, sorprenden las actuaciones políticas llevadas a cabo por los impulsores-simpatizantes de dicha concentración.
Da la impresión que en los 623km comprendidos entre las ciudades de Madrid y Barcelona se pierden los valores, o en cualquier caso, se diluyen los ideales.
Lo que en Barcelona es denunciable, declamable y hasta manifestable, en este caso la gestión de la ministra Álvarez, en Madrid se convierte en silencios cómplices partidistas.
El equilibrio infantilista nacionalista no tiene límites ni escrúpulos a la hora de tener contentos a papá y mamá para poder recibir la "paga" de navidad.
En cuanto a sus fieles votantes, poco les importa el fraude idealista. Son sólo votantes, en todo caso seres humanos, pero pocas veces son considerados ciudadanos.
Ellos son fieles, votan "bandera" y no acciones políticas. Votan abducidos por el sentimentalismo patrio y no bajo el objetivo examen de la gestión de sus representantes.
Les basta con pulsar el botón del victimismo, ellos sí utilizando la "psique", para recibir el respaldo firmado en cheque en blanco por miles de seres pluricelulares que con agradecido placer les prestan su voto surgido del ADN.